*Oídos Vacíos*

A veces sentimos que nuestra cabeza explota, que estamos cansados, agotados de la rutina y de la ciudad. El ritmo agitado de todos los días, las prisas y las corridas nos impiden, muchas veces, disfrutar de los seres que tenemos alrededor.
Gritos, quejas, agresiones, apatía, mal humor hacen que las horas pasen como imágenes de una película acelerada. Los nervios nos ganan y vivimos constantemente inmersos en pensamientos egoístas.
Frases como “nadie me entiende”, “el mundo está en contra mío”, “todos me tratan mal”, son síntomas y demostraciones de una falta generalizada de consenso, reciprocidad y comprensión. Los hijos no escuchan a sus padres, los choferes hacen lo mismo con los usuarios del transporte, los políticos no oyen las necesidades de la sociedad, el vecino no presta atención a las palabras del otro, y así seguimos transcurriendo las jornadas cargadas de superficialidad.
“Nada es fácil ni tan útil como escuchar mucho” decía el filósofo y humanista español Juan Luis Vives, hace aproximadamente cinco siglos atrás. ¿Será propio de la naturaleza del hombre? , no se puede afirmar, luego de leer la frase del pensador, que “ahora nadie escucha” culpa de las nuevas tecnologías, que agudizan el individualismo y focalizan la atención en las pantallas. ¿Qué será entonces lo que provoca una crisis de atención en las conversaciones?.
Escuchar es una intención, una predisposición personal que implica alinear la atención del cerebro, del cuerpo y las emociones hacia la captación de las palabras del otro. Pero recibir los sonidos como si se percibiera el motor de un automóvil de competición, no vale la pena. Vale el compromiso de la escucha, la empatía con el otro.. ese otro que necesita la atención y reflexión de sus palabras más que un oído vacío. Es tan simple como recibir las palabras ajenas y devolver un consejo, una guía o un abrazo.
Tener paciencia, eso que pocos suelen cultivar y muchos soslayan por la vocación de ir cada vez más a prisa. La tranquilidad en la vida no se logra por las corridas, el enfado tras llegar tarde al trabajo, el reprender a tus hijos constantemente. La calma emocional se fortalece día a día disfrutando de las situaciones cotidianas que nos “hacen perder tiempo” o mejor dicho ganarlo.
El dedicar un rato a los seres queridos escuchando sus problemas, sus alegrías y tristezas, compartiendo las nuestras, nos detienen de esas corridas diarias y apaciguan el ritmo de vida.
Cuando empezamos a pensar en lo corta que es la vida y disfrutamos más de una buena conversación con los que tenemos diferencias, encontramos que esas oposiciones no son tan extremas o que las podemos resolver sin tantos rencores.
Es notable el cambio de actitud en una persona que vive más relajada ante una que pasa las horas como si corriera una maratón. Sólo es cuestión de proponérselo y comenzar hoy, cada mañana al levantarse y cada vez que alguien se acerque a decirnos algo.
Debemos aprender a guardar silencio cuando sea necesario, aconsejar cuando veamos al otro en una encrucijada, abrazar al dolido, pero por sobre todo.. escuchar y enseñar a escuchar.