*Comprando el Alma*

Sensaciones invisibles provocadas por grandes intereses y cambios de paradigmas a través de los años. Sacudidas de inseguridad, de vacío, angustias, soledad que intentamos tapar con objetos. Cosas que al fin y al cabo son meros materiales fríos que no llenan los vacíos del alma.
¿Qué intentamos tapar? Vacantes terrenales, que parecen agujeros infinitos que provocan más y más adicción, minutos de distinción y gloria que se esfuman al mirarnos en el espejo, ojos que no dicen nada y manos atadas a algún producto de “marca”, de “moda”, de “última generación”.
Cuesta entender que la felicidad se logra llenando esos vacíos con productos intangibles y gratuitos si, gratuitos. La solidaridad no está en la góndola de la perfumería más cara, las amistades no las encontramos dentro de un vestido con estraces, un buen consejo no está en la guantera de un auto de lujo, la sonrisa de un niño enfermo no aparece en el fondo de una pantalla táctil de un celular última generación.
Las mayorías de las personas sólo encuentran motivación llenando bolsas en el shopping. Cuando en realidad se motivarían mucho más participando, interactuando, ayudando en diferentes ámbitos que les enseñarían a ver el mundo con otros ojos, en donde crecerían espiritual y moralmente en los cuales cicatrizarían esas heridas de avaricia y desolación que parecían insaciables.
Desde que el consumo pasó a formar parte primordial en nuestra vida, la sociedad está metida en un carrito de supermercado. Cada vez más cercano a nosotros y con todas las comodidades, ya no basta con ir al shopping, ahora con el avance de la tecnología el súper lo tenemos en la casa, por internet, con miles de páginas que son “tiendas” enteras como mercadolibre.com, megaventasonline.com, todoar.com y tantos comercios que tienen su “cede” online. La finalidad de la vida es pertenecer por lo que tengo, no por lo que soy. Como si al morir el alma llenara una mochila con joyas, etiquetas de ropa y otros tantos elementos que compramos por lindos, baratos, de “marca” o “únicos”.
Quizás tomar un helado en el parque con un ser querido que hace mucho no vemos valga más que todo un fin de semana de compras.
Esto no sólo hablado al nivel de personas que poseen grandes sumas de dinero, sino también de otros que no llegan a fin de mes con la comida pero no se privan de sus productos tecnológicos de última generación, de sus relojes, anteojos de sol y zapatillas importadas.
¿Cómo hacemos para ser medidos? En un mundo en donde la publicidad manda, en donde la moda impone las reglas... el culpable no es el otro, el empresario que toma provecho de esto, el ideólogo y creadores que continuamente producen sensaciones con sus objetos nuevos, los oportunistas que aprovechan las demandas sociales para transformarlas en necesariedades que sólo se reflejan en una sustitución momentánea del querer. Lo que hay que plantearse no es el saciar una necesidad en el aquí y ahora , sino ver más allá y que no sólo cubra la herida sino que la cicatrice, que a futuro pueda lograr en nosotros el sosiego de aquello que nos hace adictos a las compras.
Tampoco hay que confundir consumismo por progreso. Puedo comprarme un celular mejor, un auto mejor que el que tengo y no por eso sería consumista. O por no ser consumista quedarme con lo que tengo y no adelantar más, no desear tener cosas mejores, privarse de algo que uno quiere, no luchar por aquello que me hará feliz.
Lo bueno es encontrar el equilibrio, que tan difuso es. Lograr progresar y a medida que se recorre el camino ir distinguiendo que es lo necesario, lo esencial y que es lo que realmente me sirve de lo que sólo me hará aparentar y no lo disfrutaré plenamente.

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